EL UNIVERSO ANIMAL Y VEGETAL

Una joya botánica

Picos de Europa es un tesoro natural único en el mundo, con peculariedades que no se dan en ningún otro lugar

ANDREA CUBILLAS

En el parque nacional se produce el encuentro excepcional de tres floras, de la más templada a la más seca, a lo que se suma un importante desnivel altitudinal. Es el hogar de más de 1.700 especies que representan el 20% del conjunto de España

Hay rincones que desprenden magia; que embriagan, que obligan a detenerse, a observar, a respirar, a disfrutar, a descansar. Rincones majestuosos que te envuelven, que te transportan, que se acercan a lo que uno puede entender como un paraíso. Rincones como Picos de Europa, cuya belleza solo se puede explicar a través de esa flora que, a su antojo, se enredó entre las abruptas e inmensas moles calizas y brotó alrededor de la bravura de las aguas salvajes hasta configurar un espacio con personalidad, con vida propia, un ecosistema único en España, único en el mundo.

Una flora que no entiende ni de límites ni de regiones, que se extiende más allá de la mirada y que a veces se esconde en los rincones más recónditos, como aquel cofre del tesoro que espera a ser descubierto. Pero, ya se sabe, no hay más ciego que el que no quiere ver. El que busca sin entender que ante sí tiene un tesoro natural llamado Picos de Europa, calificado de excepcional por los expertos y por los que, aun sin entender, saben que están simplemente ante algo majestuoso.

El porqué, desde un punto de vista puramente botánico, hay que buscarlo en su ubicación geográfica, que permite el encuentro entre la flora del norte de Europa con la del Mediterráneo e influencias de la oceánica por su proximidad al mar, que influye notablemente en la configuración de su paisaje. Una encrucijada biogeográfica que no se da en ninguna otra parte del mundo y que permite la confluencia de la flora más templada con la más seca en un pequeño territorio.

A eso se suma el importante desnivel altitudinal –pasando de los 90 a 2.600 metros– y una litología con presencia de superficies calizas y silíceas –arcillosas–. Tres peculiaridades que dan como resultado una diversidad de hábitats que son el hogar de más de 1.700 taxones (especies), lo que representa el 21% de la flora vascular del conjunto de España.

El roble es otra especie típica de la botánica de Picos de Europa.

Hablamos de un territorio especialmente interesante para los botánicos por el importante componente endémico, es decir, aquellas especies únicas o exclusivas de un ámbito geográfico y que no se encuentran de forma natural en ninguna otra parte. Concretamente, tiene algo más de 250 especies endémicas –cantábricos, picoeuropeanos, ibéricos–, de las que una decena son taxones exclusivos de la flora de Picos de Europa.

Se trata, según los resultados del Programa de Conservación de la Flora Vascular puesto en marcha en 2002, de un Área excepcional para la flora, con 40 especies amenazadas, 9 de ellas endémicas. Concretamente, en el de 2006 se han catalogado hasta 177 poblaciones de 57 taxones que se han incluido en la Lista de Especies de Interés del Parque Nacional, todas ellas cartografiadas con el objetivo de conocer su ubicación y conservación. Especies que se extienden por las 67.455 hectáreas de este ecosistema que ofrece una gran diversidad de paisajes debido al amplio rango altitudinal. Basta con levantar la mirada y ver cómo el paisaje cambia conforme uno va ascendiendo, empezando por esas praderas o prados de siega, una formación cuya estabilidad dependen del manejo humano y que tienen una excepcional riqueza florística y de invertebrados, destacando su gran riqueza en especies de mariposas.

Si uno sigue ascendiendo, se adentrará en los magníficos bosques de Picos de Europa, aprovechados por el hombre, pero que conservan todo su esplendor. Desde los encinares que nacen en las paredes rocosas de los desfiladeros de los ríos Sella, Cares y Deva, pasando por los bosques mixtos en suelos profundos, que esconden reliquias difíciles de encontrar en España, donde los robles y avellanos se entremezclan con los tilos, castaños, nogales, cerezos, arces y fresnos. A sus pies, un sotobosque de zarzas, brezos y arbustos espinosos proporciona sustento y refugio a numerosas aves.

Aunque, si hay una masa forestal que caracterice a Picos de Europa es la del hayedo, que le acompañará hasta los 1.800 metros de altitud. Se trata del bosque más atractivo de este entorno, masas forestales frondosas compuestas por corpulentas hayas que cubren las laderas de las montañas, que sumergen al visitante en un halo de misterios. De influencia templada, presentan una flora muy variada que cambia conforme las estaciones, ofreciendo una gran riqueza cromática, con hayas cobrizas y castaños rojizos que contrastan con los amarillos abedules y el verde de los brezos y piornos.

Un hayedo en el Parque Nacional de Picos de Europa.

En la última escala, se encuentra el bosque de la encainada –niebla–, donde se forman masas muy densas, con especies amantes de las sombras (apenas penetra la luz), como pueden ser los avellanos, y donde se ven ya los matorrales a base de brezos, piornos, enebrales y tojos. Precisamente, entre matorrales uno puede encontrarse con la ‘pulsatilla’, conocida como la flor del viento que, según la mitología, nació de la fusión de la sangre de Adonis con las lágrimas de Venus, siendo posible así entender su belleza.

Frondosos bosques que dan paso a la roca desnuda, conocidos como roquedos o pedregales, aparentemente paisajes desérticos pero que presentan algunos de los endemismos de Picos de Europa, que utilizan cualquier resquicio de las calizas para poder vivir. Plantas que resisten temperaturas de 20 grados bajo cero y que presenta raíces muy profundas que les permiten anclarse a los suelos raquíticos en los que crecen, como ‘saxífraga’, diminutas flores blancas o color púrpura que deben su nombre a su capacidad por ‘romper’ las piedras con sus fuertes raíces.

En las cumbres más altas, a partir de los 2.200 metros de altitud, aparecen los pastos de cumbre, comunidades muy abiertas, que son los que aportan la originalidad botánica a este enclave. Mención especial en este punto merece la flora de los neveros, aquellas plantas que, por increíble que parezca, presentan un ciclo biológico breve, prácticamente de récord, que en ocasiones es inferior a los cuatro meses, como el ‘ranúnculo alpestre’ de pequeñas florecillas blancas. Porque a veces lo imposible solo puede ser en lugares como Picos de Europa, jardín botánico de una riqueza incalculable que exige de la mirada curiosa de un niño para descubrir el esplendor de una flora que convierte a este enclave natural en único en el mundo.

CINCO ESPECIES CLAVES

Androsace cantábrica
Entre los 1.800 metros y 2.200 metros de altitud. Entre enebrales y pastos.
Salix picoeuropeana
Desde los 1.890 metros hasta los 1.900 metros. Turberas planas de alta montaña.
Odontítes asturicus
Desde los 1.490 metros hasta los 2.000 metros de altitud. Pastizales de alta montaña.
Saxifraga canaliculata
Desde los 1.000 metros hasta los 2.000 metros. Roquedos.
Aster pyrenaeus
Desde los 300 metros a los 900 metros de altitud. Prados y orla de bosques.

Es vicedecana de la Facultad de Ciencias Ambientales de la Universidad de León

Raquel Alonso

«Los Picos de Europa son una joya botánica»

Un día de ‘caza’ para los sentidos

Rebecos, buitres, ciervos, águilas reales o halcones peregrinos son algunos de los animales con los que cualquier visitante se puede encontrar durante un recorrido por los Picos

ANA MORIYÓN

Otros muchos no se dejan ver tan fácilmente, pero sí escuchar o contemplar su rastro

Se adentra en el Parque Nacional de los Picos de Europa con la emoción de un niño al que sus padres le han anunciado que podrá disfrutar de un apasionante paseo entre animales salvajes. Sabe que muchos no se dejarán ver a simple vista, pero también que un recorrido por el espacio protegido que comparten Asturias, Cantabria y Castilla y León nunca defrauda al visitante amante de la naturaleza.

Deambular por sus valles, sus bosques, sus montañas y sus desfiladeros ya merece la pena por sí solo, pero, además, sus diferentes ecosistemas generan distintos hábitats propicios para dar cobijo a una gran variedad de vida salvaje, representativa de la fauna cantábrica que, en ocasiones, sorprende al caminante.

El montañero accede a los Picos por los Lagos de Covadonga, en la vertiente asturiana. Una zona muy humanizada y con gran carga ganadera que convive, no sin problemas, con la fauna salvaje del lugar. Las vacas están tan acostumbradas al paso constante del turista que no se inmutan por su presencia. Se lleva la primera foto obligada para el recuerdo.

Comienza a continuación la incursión hasta la base norte del Peña Santa, uno de los puntos más altos del parque nacional, y avista en el primer tramo de su paseo varios buitres que merodean la zona. Su presencia la recibe como un primer premio, aunque en el fondo ver el vuelo de una bandada de buitres en los Picos tiene casi tanto mérito como cruzarse con una vaca pastando junto al Enol. Su abundancia hace que sea muy fácil encontrarse con ellos. «Hay una población de 140 parejas reproductoras y viven todo el año en el parque», explica Borja Palacios, biólogo del Parque Nacional de los Picos de Europa.
El camino está lleno de barro, pero no hay mal que por bien no venga. La inestabilidad del terreno hace que se distinga fácilmente el rastro de un jabalí. Son animales que abundan dentro y fuera del parque, pero que no se dejan ver a menudo, aunque los parches de tierra que dejan buscando raíces en los pastos son muy comunes.

Las huellas de corzos, tejones y zorros también son constantes a lo largo del recorrido. A estos últimos se les conoce como «oportunistas», comenta a modo de anécdota el técnico del parque, puesto que lo mismo les sirve alimentarse con los restos de basura humana, que robar los huevos de un nido de perdices, cazar un pato en el lago Ercina, comer ratones o matar un cordero. Encontrarse con alguno a la luz del día es prácticamente imposible, pero las huellas en el sendero añaden misterio al viaje por el interior del parque.

Se adentra ya en terreno de caliza y, entre pequeños bosques con hayedos y avellanos, distingue al rey de los Picos: un rebaño de rebecos que saltan y trepan con tanta agilidad como elegancia por colgados neveros le sorprende a lo lejos. La estampa no solo merece ser captada con la cámara fotográfica, sino también una larga parada para su contemplación. Es otoño, periodo de celo para esta especie, y los machos sacan toda su agresividad para hacerse con su harén de hembras. «Es sin duda la especie más emblemática del parque», resuelve Palacios, quien informa de que el último censo elaborado cifra en unos 5.600 ejemplares la población actual, prácticamente recuperada tras la sarna que castigó a la especie hace una década.

Bandadas de aves sobrevuelan el espacio protegido constantemente

El espectáculo es un auténtico regalo para la vista y el merecido descanso a esta altura del camino tiene doble recompensa. En ese momento bandadas de pequeños gorriones y chovas se distinguen con bastante facilidad y, de pronto, la silueta de un águila real completa un paisaje idílico.

No llega a tiempo para sacar la cámara de su mochila, pero el recuerdo se lo lleva en su retina. Ha sido una gran fortuna. Apenas hay seis o siete parejas reproductoras de águilas reales en todo el parque.

Pueden parecer pocas, pero se trata de una densidad normal porque es un ave que no comparte espacio con otros ejemplares de su misma especie. El mismo dominio que tiene del territorio el halcón peregrino, también presente en este parque.

Igual de complicado es disfrutar del vuelo de un alimoche puesto que, en este caso, únicamente habita el espacio protegido entre marzo y septiembre, cuando abandona el norte de España para migrar en busca del calor africano. En verano conviven en este parque apenas cuatro o cinco parejas, pocas si se compara con otros territorios próximos a los Picos.

Un águila real otea el horizonte. :: Lorenzo Cordero

Tras una jornada larga e intensa, el crepúsculo le sorprende en el refugio de Vegaredonda. Pasar la noche allí tendrá su propia recompensa. Se sorprende cuando ve corretear por las inmediaciones de la cabaña una especie de ratón de cola corta, hocico romo y pequeñas orejas peludas. Se trata de un topillo agreste, muy habitual en zonas altas.

Al día siguiente, tras completar el ascenso a la base del Peña Santa por la vertiente asturiana, inicia el descenso por la zona leonesa y, tras apenas recorrer unos kilómetros, se dispone a cruzar un bosque de hayas y robles en el que descubre a otro de los emblemas del lugar: el ciervo. Un animal que prácticamente se concentra en la vertiente leonesa, donde conviven unos cien ejemplares. «Es una especie a la que le afectan mucho las grandes nevadas, que actúan como controladoras naturales de la población», anota Palacios, quien indica que, cuando nieva, se quedan acantonados en zonas de refugio, debajo de avellaneros, donde acaban falleciendo por inhibición.

Huellas de corzos, tejores y zorros son comunes en cualquier recorrido

 

El resto del paseo por el bosque es un regalo para los oídos. Se escucha el sonido del pico picapinos, el pito negro y el arrendajo. Y, de nuevo en zona de caliza, vuelve a toparse con un rebaño de rebecos, que se reparten por todo el territorio protegido, y la pisada de algunos carnívoros fáciles de identificar, como la del tejón, que deja en la tierra la marca de las uñas y la planta.

Llega a Valdeón y el río Cares le ofrece el último regalo de su excursión por los Picos. En una zona arenera, debajo de un puente, se distinguen con claridad las huellas de una nutria. Ha sido un paseo fantástico aunque, como muchos visitantes, se aleja del parque apenado por no haberse encontrado con ninguno de los catorce quebrantahuesos reintroducidos paulatinamente desde 2011 en los Picos de Europa, tras su extinción hace más de medio siglo. Ése es un privilegio reservado para muy pocos. Como el de avistar uno de los cuatro o cinco osos que cada año atraviesan el parque durante cortos espacios de tiempo en busca de zonas de alimentación. Está claro que queda pendiente una nueva visita.

Los rebecos vuelven a reinar en las cumbres

La especie parece haber superado la epidemia de sarna que la mermó en los últimos años

MARCO MENÉNDEZ

La población se está recuperando y ya alcanza los 5.600 ejemplares. Tres de cada cuatro hembras crían con éxito a su vástago

Es el rey del Parque Nacional de los Picos de Europa. Su dominio de las cumbres y los más de 5.000 ejemplares que pueblan el espacio protegido han hecho del rebeco una de las especies más valoradas no solo desde el punto de vista conservacionista, sino históricamente también desde el cinegético. Los rebecos atrajeron a estas cumbres a numerosos cazadores, como el propio Rey Alfonso XIII, que en 1912 participó en una cacería que había sido organizada por su buen amigo Pedro José Pidal, marqués de Villaviciosa e impulsor del parque nacional. Eran otros tiempos.

Hoy el rebeco cantábrico (Rupicapra parva) no solo es el rey del Parque, también tiene rango de especie. Hasta 2011, había sido considerado una subespecie del pirenaico, pero hace tan solo siete años eso cambió. Se pensaba que se trataba del mismo tipo pero más pequeño (de su nombre científico ‘parvus’ significa pequeño en latín), pero luego se comprobó que prácticamente son del mismo tamaño, pero diferentes. Su altura desde la cruz puede alcanzar los 80 centímetros y su peso oscila entre 20 y 30 kilos. Una de sus principales características es que durante los meses de verano es de un color rojizo, mientras que en invierno se vuelve más oscuro. Otra de sus señas de identidad son las típicas franjas negras que tiene en ambos lados de la cara y que van de la comisura de la boca a la base de las orejas.

Este animal puede alcanzar los 20 años, es tanto nocturno como diurno y, a diferencia de otros herbívoros, tanto los machos como las hembras tienen cuernos que no les caen nunca, si bien los de los primeros son de mayor grosor y con una curvatura más pronunciada. Aunque se le puede encontrar en los bosques, tiene su hábitat ideal a grandes altitudes, donde se alimenta de hojas, frutos, hierbas y brotes. Su época de celo es a finales de año y las nuevas crías nacen en Semana Santa.

Un rebeco, en las inmediaciones del Collado Solano, en los Urrieles (Macizo Central). :: Joaquín Pañeda

Pero en las últimas décadas no todo fueron buenas noticias para los rebecos del Parque Nacional de los Picos de Europa. La colonia se tuvo que enfrentar a una grave enfermedad: la sarna sarcóptica. Algo que para el ganado doméstico no supone más que ser sometido a dos vacunas subcutáneas, con quince días de separación, se vuelve una enfermedad mortal para los animales salvajes, reduciendo su población de manera drástica. Aunque se hubiera pensado acometer la titánica labor de capturar los animales para vacunarlos tampoco hubiera sido una solución, porque los rebecos sufren un gran estrés al ser capturados, tanto que un alto porcentaje se muere.

El Rey Alfonso XIII participó en una cacería de rebecos en 1912

La sarna apareció en Asturias en 1993, en los concejos de Aller y Caso. De ahí se fue extendiendo hacia los Picos de Europa a un ritmo de 2,6 kilómetros cada año y se encuentra presente en el 73% de las 67.455,68 hectáreas del espacio protegido. Eso sí, la especie ha sabido luchar contra la enfermedad, pues el año pasado solo se certificó la muerte de dos ejemplares.

Sufrieron una mayor presión por la sarna los rebecos de la zona oriental del parque nacional y ya parece estar libre de ella la zona de los Altos de Sajambre, precisamente por donde entró hacia Picos de Europa en el año 2000, cuando se detectaron los primeros afectados. El pico de mayor mortandad ocurrió en el invierno de 2012, especialmente en las Vegas de Sotres (Cabrales), zona de concentración invernal de la especie, y en solo diez años se llegó a perder casi el 40% de la población de rebecos del parque nacional.

Pero la situación parece haber cambiado de manera drástica. La enfermedad da claros síntomas de estar siendo superada y ya son unos 5.600 los ejemplares de rebeco que pueblan las cumbres más altas de los Picos de Europa, recuperando los niveles poblacionales similares a los que había antes de la llegada de la temida sarna. Pero ¿cómo se ha logrado este éxito? La respuesta la tiene la propia naturaleza, pues lo que sucede es que, cuando la densidad población baja, la especie aumenta su éxito reproductivo y en los últimos años no ha bajado del 70%. Eso quiere decir que tres de cada cuatro rebecas crían con éxito su cría, lo que asegura el relevo y el mantenimiento poblacional. Se espera que pronto se alcancen aquellos 7.000 rebecos que poblaban el parque nacional a finales de la década de 1990. Aunque este año puede que no ocurra lo mismo, pues otra característica observada en estos ejemplares es que el éxito reproductivo baja en años en los que las precipitaciones, de lluvia o de nieve, son muy elevadas.

 

Puede llegar a vivir 20 años y pesar 30 kilos

El rebeco es todo un superviviente en los entornos más duros de los Picos de Europa y una de las claves está en sus características físicas. No son grandes, pueden alcanzar una altura desde la cruz de 80 centímetros, con un peso máximo de 30 kilos. Los más longevos alcanzan los 20 años y es un animal de ámbito nocturno y diurno.
Sus cuernos son permanentes, tanto en machos como en hembras y tienen una distintiva franja negra a cada lado de la cara. Pero quizá su principal característica resida en sus pezuñas, especialmente adaptadas para moverse por las rocas más peligrosas.

Se prevé que la recuperación de la especie también tenga sus efectos beneficiosos en la ganadería. Uno de los problemas es que la disminución de la densidad de rebecos en los Picos de Europa afecta a la población del lobo, que tiene menos presas para cazar y, por tanto, ejerce una mayor presión sobre las cabañas ganaderas. Por eso, en los años más duros de la sarna se optó por realizar una mínima intervención sobre los rebecos afectados, abatiendo únicamente los que se encontraban en peor condiciones, pero dejando los cadáveres en el medio natural. Y parece que la estrategia funciona.

Los responsables del parque nacional no bajan la guardia y se mantienen vigilantes, con conteos anuales de ejemplares, desde las crías hasta los jóvenes de dos años, sin olvidar machos y hembras adultas. Y para ello, el personal del parque se ha de armar de paciencia, acudiendo con prismáticos a las áreas de campeo de los animales.

Las paredes más verticales de este escalador de las cumbres siguen siendo los lugares más impresionantes para contemplar al verdadero rey de Picos. Unas pezuñas perfectamente adaptadas a uno de los medios más duros del Cantábrico hacen que el rebeco pueda encontrar alimento en lugares protegidos de sus principales depredadores, al tiempo que su estructura social, en manadas de hasta una decena de ejemplares, hace también más fácil su labor de protección de los ejemplares más jóvenes y la huida ante posibles ataques, al dispersarse con increíbles movimientos y generando confusión a sus depredadores.

Forman la Patrulla Oso de la Fundación Oso Pardo, en la zona oriental

Elsa Sánchez y Begoña Almeida

«Nuestro trabajo es muy bonito, pero también muy duro, sobre todo en invierno»

El oso y el lobo, o el señor y su escudero

Son los dos mayores mamíferos del parque, y emblemas de un lugar singular

ELOY DE LA PISA

El oso pardo es, a los ojos de los humanos, el señor de los Picos de Europa. Pero su dominio sería inviable sin las manadas de lobos, los mecánicos que engrasan la maquinaria del ecosistema

Existe en la cordillera Cantábrica un momento muy especial. Un instante en el que el tiempo comienza a cambiar. Es sutil, inapreciable para esa especie tan primitiva que es el ser humano, pero que nunca pasa inadvertida para quienes habitan entre riscos, promontorios y valles escarpados. Cada año se produce en un momento distinto, porque cada año las circunstancias son distintas. Es ese día en el que se combina mágicamente la luz, con la temperatura, con el viento y la humedad. Y cuando eso acontece, Picos de Europa despierta. No de golpe, claro. Si no sabes mirar, no parece pasar nada. Pero sí pasa. Es ese día, a veces es marzo, a veces abril, en el que las hayas activan la savia, las semillas de las anémonas, las campanulas y arenarias se activan y, en su guarida invernal, el señor oso lanza el primer suspiro.

Lo que pasa a continuación, lo que ocurrirá en los días venideros a ese momento, es uno de los mayores espectáculos de la naturaleza. Muy pocos lo ven, aunque todos lo miran. Cuando el señor oso abre el ojo, el mundo cantábrico empieza a girar. Él es el amo, el dueño, el señor de un lugar en el que nadie le tose, en el que todos se apartan para dejarle paso. No son muchos, apenas cincuenta, y gobiernan su territorio con humildad y sencillez. A nadie mira por encima del hombro, pero tampoco consiente que nadie se acerque a sus vástagos. El monarca solo quiere para sí lo que concede a los demás. Salvo para el hombre. El bicho ese de dos patas solo da problemas, y todos, él el primero, le huyen. Porque rara vez merece la pena tener tratos con ese ser.

El señor oso, alertado por algún sonido, observa suspicaz a su alrededor mientras busca comida cerca de un viejo árbol seco. :: EFE

El despertar del rey suele coincidir en el tiempo con el guirigay que puede escucharse, hay que afinar el oído, en las zonas en las que la salvaje orografía de la Cordillera facilita recovecos y protección a los lobos. Con el fin del invierno, las lobas ya están amamantando a las nuevas camadas y las llamadas de los minúsculos lobeznos a sus madres reclamando comida y calor ponen a prueba en cada momento la paciencia de la manada. Se saben vulnerables en ese momento, y a los machos y hembras dominantes no les agrada tanta algarabía en las guarderías. Hay que imponer el silencio con firmeza y sin concesiones.

El momento más delicado se produce con el destete. Las hembras han de empezar a cazar. Y lo van a hacer todas juntas, dejando a los cachorros bajo el cuidado de una de las más jóvenes, alojados en guarderías escondidas en la espesura, al abrigo de alisos y abedules y protegidos por el húmedo sotobosque. Pero son conscientes de que los pequeños son curiosos y que saldrán a explorar y se expondrán a mil peligros. Da igual. Es la manera de que aprenden. Habrá bajas y la manada llorará las ausencias cuando regresen de las cacerías. Es lo mismo. Así es la vida. Algunos han de desaparecer para que la manada pueda proseguir.

La dieta del lobo, compuesta por herbívoros principalmente, ayuda al oso a disponer de comida abundante

 

Desde lo alto de una peña, asomado a un granítico risco desde el que domina el estrecho y apretado valle, el señor oso tiene perfectamente localizada a la manada de lobos. Los oye. Los agudos gañidos de los pequeños se imponen siempre al intento de la joven hembra de controlarlos con un gruñido grave y contenido. Para el señor oso la escena es buena. Si los adultos de la manada están cazando, quiere decir que él tendrá más comida. Y recién salido de los meses de hibernación, necesita condumio con urgencia, reponer cuanto antes las grasas perdidas durante las semanas en las que vivió sin alimentarse y con el metabolismo en modo ahorro.

Desde la atalaya observa los movimientos de la manada en pos de una piara de jabalíes. El bosque se agita trémulo con las sacudidas de los rayones y los jabatos, histéricos ante el olor del lobo. Más allá un grupo de ciervos pone distancia con el ruido y varias parejas de corzos se quedan paradas, tiesas las orejas y fija la vista, a la espera de lo que ocurra.

El fino olfato le dice al señor de los Picos, momentos después, que cazadores y presas ya han pasado al otro valle. Es el momento. Llama a la cría, se cerciora de que no hay un congénere pejiguero cerca, y se sumerge en la zona cero de la cacería. No se ha equivocado. El suelo está lleno de bayas, de frutos diversos, de raíces descubiertas por el hozar de los jabalíes que han huido. Comida, comida, comida. Mucha. Una vez más, el lobo le ha preparado el banquete que necesita.

El rey no lo sabe, pero en el ADN de sus genes está marcado de forma indeleble que para sobrevivir en Picos de Europa necesita a su escudero. Tiene que vigilarle a distancia para aprovechar su trabajo. No es consciente, claro, pero quizá algún día sepa que para ser el rey es necesario que el escudero controle a los herbívoros y a los jabalíes. Si cérvidos y suidos aumentan su población, las posibilidades del monarca de los Picos de alimentarse adecuadamente disminuyen de forma directamente proporcional.

Una hembra de una manada busca truchas en uno de los ríos que atraviesan los Picos de Europa. :: José Luis Cereijido

La sapiencia de la naturaleza, empero, se ha preocupado muy mucho de que osos y lobos se ignoren mutuamente en los Picos de Europa. No ocurre así en otras zonas del planeta. Pero en el relativamente pequeño espacio que configuran los límites del parque, úrsidos y cánidos procuran evitarse en la medida de lo posible. El señor, porque aventurarse en la caza de un lobezno despistado o alejado de la guardería sería un esfuerzo ímprobo con escasas garantías de éxito. Y los tiempos no están para perder energías en vano. Y el escudero, porque la hiperprotección que ejercen las osas sobre los cachorros convierte en una aventura peligrosa distraer al adulto para atrapar a los oseznos.

Y así, entre cacerías y búsqueda de la comida, transcurre, lentamente, la vida de unos y otros durante el verano. Los largos paseos en pos de alimento de unos y otros alteran en ocasiones la paz de los hayedos y los fresnales y, con ello, sobresaltan al majestuoso urogallo, que intenta con poco éxito proteger sus huevos de la voracidad de los jabalíes. Pero esa es otra historia, porque cuando las primeras nieves se asientan en los picos más altos, llega la hora de cerrar el ciclo. Fauna y flora se preparan para el frío. Ya llegará la primavera.

El rey oso

Población: El último censo estableció en torno al medio centenar de ejemplares en la zona oriental de la Cordillera Cantábrica, que es la que corresponde al Parque Nacional de Picos de Europa. Viven, de media, alrededor de los 25 años.
Alimentación: Son omnívoros y su dieta es muy amplia, pero para que puedan sobrevivir al invierno necesitan fundamentalmente aportaciones de grasa, que obtienen de los arándanos y del escuernacabras en verano, y de bellotas de roble, avellanas y castañas, zarzamoras, serbales y madroños.
Amenazas: La falta de alimento, vinculado en parte al cambio climático; la presencia humana, cada vez más perceptible en todo el parque; poca regeneración genética, que se podría solucionar si las dos poblaciones que existen acabaran por unirse.

El escudero lobo

Población: El carácter gregario y la movilidad de la especie hacen muy complicado establecer un censo riguroso. Los estudios cifran en torno a 6 las manadas repartidas por el parque, pero, eso sí, todas se reproducen.
Alimentación: Dentro del parque, el lobo se alimenta básicamente de jabalí, ciervo y corzo, y en escasa medida de rebecos. En lo que se refiere a especies domésticas, ataca a ovejas más que a vacas. En cualquier caso, ovino y vacuno forman menos de la cuarta parte de su dieta.
Amenazas: El lobo ibérico no tiene especiales amenazas en Picos de Europa, más allá de las propias que ejerce la especie humana. Las poblaciones son estables y genéticamente variadas. Para organizaciones ecologistas y animalistas su mayor enemigo es la caza, aspecto este en permanente disputa.

Es guarda de Picos de Europa

Enrique Caldevilla

«El lobo era el enemigo número uno de Picos»

EL PAISANAJE EN SU HÁBITAT

VER CAPÍTULO 4